como una lenta procesión de dedos,
por una escalera de caracol,
directa al ribete del ser humano.
Imagino toda esa carne suave combinada con mil engranajes
para aquel animal que desearía me esperase agazapado en el embozo.
Cada interruptor accionado con precisión será,
seguramente,
una batalla vencida,
o una premeditadamente perdida,
que muy probablemente terminará en el declive del sol,
con un aullido/suspiro
y dos kamikazes muertos encima de un campo minado de sábanas y sudor.