Vivía escondido en una cabaña remendada con mentiras de las gordas. Le despertaba un temblor de vergüenza y corría a untar tostadas de mermelada desalmada. Bocados de pan mustio. Sorbos de café tifoideo.
Saciaba su hambre histérico de cuentos nuevos, montado en un triciclo que le conducía a caminos iluminados por luces de neón. Mataba orcos, con los ojos tristes. la lengua manchada de caramelos cáusticos. la nariz saturada de alegría postiza. Victorias con confeti edulcorado.
Saciaba su hambre histérico de cuentos nuevos, montado en un triciclo que le conducía a caminos iluminados por luces de neón. Mataba orcos, con los ojos tristes. la lengua manchada de caramelos cáusticos. la nariz saturada de alegría postiza. Victorias con confeti edulcorado.
Y cuando volvía a casa con la ropa sucia, el corazón en el calcetín, el alma en el nudillo, entonaba plegarias que rebotaban en el infierno, suplicando a los orcosmuertos una grieta de compasión.